Dilema en Wall Street: ¿ganancias a corto plazo o beneficios climáticos?
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Hace poco, un equipo de economistas analizó 20 años de investigaciones arbitradas sobre el costo social del carbono, un estimado de los daños causados por el cambio climático. Llegaron a la conclusión de que el costo promedio, ajustado para métodos mejorados, es bastante más alto incluso que la cifra más actualizada del gobierno estadounidense.
Esto significa que, con el tiempo, las emisiones de gases de efecto invernadero cobrarán una factura mayor de la que prevén los reguladores. Conforme evolucionan las herramientas para medir los vínculos entre los patrones climáticos y la producción económica —y las interacciones entre el clima y la economía magnifican los costos de forma impredecible—, los estimados de los daños tan solo aumentan.
Es el tipo de datos que uno podría esperar hiciera sonar las alarmas en el sector financiero, el cual sigue de cerca los acontecimientos económicos que podrían afectar las carteras de acciones y préstamos. Sin embargo, fue difícil detectar siquiera una ligera reacción.
De hecho, a últimas fechas, las noticias de Wall Street sobre todo se han tratado de una retirada de los objetivos climáticos, en lugar de un compromiso renovado. Los bancos y los gestores de activos se están retirando de las alianzas internacionales en torno al clima y se quejan de sus normas. Los bancos regionales están aumentando sus préstamos a los productores de combustibles fósiles. Los fondos de inversión sostenibles han sufrido pérdidas devastadoras y muchos han colapsado.
Entonces, ¿qué explica esta aparente desconexión? En algunos casos, es el clásico dilema del prisionero: si las empresas cambian en conjunto a energías más limpias, un clima más fresco beneficiará más a todos en el futuro. Pero a corto plazo, cada empresa tiene un incentivo individual para sacar provecho de los combustibles fósiles, lo cual dificulta mucho más la transición.